Mauricio Genet Gguzmán
Chávez
Profesor Investigador
Titular
Programa de Estudios
Antropológicos. El Colegio de San Luis, A.C.
E mail: mguzman@colsan.edu.mx o mhikuri@yahoo.com
Llegué por
primera vez en 1991 cuando comenzaba mis estudios de antropología en la
Universidad Autónoma Metropolitana. A partir de ese año visité en varias
ocasiones la sierra y el bajío hasta el año de 1997 cuando me fui a vivir seis
meses al ejido Las Margaritas para realizar mi trabajo de campo como parte de
mis estudios de maestría en antropología social en el CIESAS-Occidente. Desde
mis primeros acercamientos mi pregunta o gran inquietud consistió en descubrir
bajo qué artes e ingenios los pobladores locales podían sobrevivir en un medio
que de entrada me parecía tan hostil y tan diferente a las regiones templadas
que hasta ese momento yo había conocido. Mis inquietudes culminaron en la
tesis, aun no publicada, Procesos de
adaptación en el altiplano potosino: un estudio de ecología humana sobre los
campesinos rancheros de Las Margaritas. Puedo ufanarme de que este fue el
primer estudio serio sobre la región de Catorce. No repetiré las razones por
las cuales la antropología con su énfasis mesoamericanista, prestó nula
atención a esta área que bien se puede entender como parte de aridoamérica. Con
13 años transcurridos sin duda hemos avanzado en el estudio de esta región,
pero definitivamente, en relación a los estudios ambientales y, de igual forma,
antropológicos, nuestra información sigue siendo básica.
Uno de los planteamientos
originales de mi tesis Procesos de
adaptación… fue acotada por el contexto político que definió la creación
del área protegida de Wiricuta. El primer decreto estatal fue publicado en 1994
en el Diario Oficial del Estado de San Luis Potosí. Ayer como hoy la atención
estaba centrada en los wirraritari (huicholes) y de manera un tanto desdeñosa
se hacía referencia a los rancheros de los ejidos que formaban parte del área
protegida. Recuerdo muy bien, que un personaje del conservacionismo mexicano,
defendía la idea de crear una reserva sin gente, es decir, comprar las tierras
de los campesinos y ayudarlos para que se establecieran en otra área. Por
suerte esta idea nunca alcanzó popularidad ni entre los funcionarios del
Instituto Nacional Indigenista, ni entre los huicholeros (simpatizantes de la
causa huichola).
La creación del área de
conservación y patrimonio cultural del pueblo wixaritari fue un hito en la
breve historia del conservacionismo potosino. Resulta crucial porque su impulso
proviene de actores que viven fuera del estado, de gente con una actuación
altruista de varias décadas en la sierra huichola, de funcionarios del INI, de
su departamento jurídico y del área de patrimonio cultural -a la postre actores
vitales en la propia región- y de la buena voluntad política o sensibilidad que
demostraron los diputados locales de aquella legislatura y sobre todo el
secretario de la recién creada Secretaría Ecología y Gestión Ambiental (Segam),
el mismo que una década después sería nombrado director de la reserva.
Como es por mucho sabido, el
decreto de 1994 fue afinado en dos ocasiones y la superficie protegida fue
ampliada hasta comprender 140 mil hectáreas, el último decreto es del 2001. El
área natural protegida de Wiricuta es tan importante como muchas otras regiones
del desierto chihuahuense por la riqueza de su flora, pero evidentemente más
por el significado que le otorga la peregrinación que los wixaritari realizan
de manera ancestral para comunicarse con sus ancestros mediante el consumo de
una biznaga llamada peyote (lophophora williamsi).
Pues bien creo que hay varias
cosas sobre las cuales deberíamos comenzar a reflexionar para comenzar a
atisbar algunas posibles salidas a la controversia que generan los nuevos
proyectos de minería al interior de esta ANPs.
1.
Los discursos que esgrime el
sector minero para proseguir con sus proyectos, me refiero específicamente a la
información vertida en los outlets
mineros sobre el Proyecto La Luz de First Majestic bajo su subsidiaria Real
Bonanza, S.A de C.V. de llevar el desarrollo e inyectar dinamismo a la economía
regional deben ser vistos como un cuchillo de doble filo. Es verdad que en el
pasado la minería en la región ha sido un importante vector de desarrollo y de
articulación entre las comunidades del bajío y la sierra y que la actividad en
cuestión goza de la simpatía mayoritariamente entre los pobladores serranos. En
este sentido vale afirmar que la minería ha sido históricamente un elemento
fundamental en la construcción del territorio y un asunto crucial en los
procesos de interacción identitaria. Mis estudios me permiten constatar a
través de testimonios la diferencia que ha significado la minería en la propia
percepción y valoración de los recursos naturales. En el semiárido todas las
actividades deben considerarse como complementarias, aunque ciertas épocas o
fases relacionadas con las demandas del mercado, impliquen mayor esfuerzo o
dedicación en ciertas áreas, siempre existe un mínimo ligado a la agricultura,
la ganadería o la extracción de recursos como la fibra de ixtle lechuguilla,
candelilla u otros productos. Cuando la minería ha estado en sus mejores
momentos hay dinero circulante y los campesinos no se ven obligados a emigrar,
cuando las minas se cierran familias enteras no vacilan en abandonar sus
hogares. Así sucedió en el ejido Potrero en 1992 cuando cerró la mina de plata
que ahora se pretende reabrir. Lo que se debe considerar son dos cosas: la
explotación de los recursos y la explotación de las personas. En este espacio
me ocuparé del segundo punto. Las empresas mineras han explotado históricamente
al trabajador, a pesar de cambios en las leyes laborales y de que las
condiciones de explotación no son las mismas que predominaron en tiempos
coloniales e incluso como dice Real Bonanza, se pagará por encima del salario
mínimo, la compensación económica que reciben los mineros no es proporcional
con el nivel de desgaste, estrés y fatiga que implica el trabajo minero. Los
mineros han sido una clase trabajadora que bajo ciertos contextos ha podido
organizarse y demandar mejores condiciones laborales –quien no recuerda la
novela de H. Balzac, Germinal -, pero que en México ha sido vapuleada y
manipulada por líderes sindicales charros. Su calidad de vida y esto se puede
constar en los diversos distritos mineros en el país no ha mejorado sustancialmente
y desde luego no gozan de las mismas prestaciones que sus similares gozan en
países como Chile, Canadá o Australia. Por lo tanto creo que las obras de
beneficiencia y desarrollo social que anuncia First Majestic son insuficientes
(museo de la minería, talleres de orfebrería, becas para estudiantes y planta
tratadora de agua residual). La minería sustentable que alardean debería serlo
de acuerdo con un plan integral de desarrollo que proyecte al menos los 100
próximos años. No se trata por supuesto de exigir mayores salarios aislados de
un proyecto cultural y educativo bajo un contexto de marginación y enorme
disparidad económica, la experiencia ha demostrado que la mayor afluencia de
dinero no solo genera corrupción entre las autoridades y los pobladores sino el
despilfarro en bienes suntuarios que en poco tiempo se deprecian. Bajo esta
base habría que pensar en una posible negociación. Hacer lo que el Estado
mexicano insiste en no hacer: recuperar una parte sustancial de las ganancias
para beneficio real de la región. El objetivo común de todos los actores
involucrados debería buscar hacer brillar la plata en el propio lugar y no en
los mercados globales, en China o la India. Romper el sentido colonial de la
historia que ha sujetado esta región desde que los españoles comenzaron a
trabajar las primeras vetas en el siglo XVI.
2.
Me parece que queda claro que
no se trata solamente de negociar con los wixaritari, pero desde luego tampoco
se trata de que la empresa se siente a negociar con los pobladores locales,
cosa que ya ha estado haciendo desde hace por lo menos tres años. La
negociación en realidad involucra a toda la sociedad, al Estado mexicano y a la
sociedad civil activa y organizada. Y más que una negociación en referencia a
este caso concreto lo que se requiere a esta altura de la historia (o del
campeonato como dirían los brasileños) es una discusión amplia sobre el modelo
nacional que hoy rige y determina el acceso y la explotación de los recursos
minerales de nuestro país. De viaje por Australia encontré un libro de un
investigador llamado Paul Cleary, Too
much luck. The mining boom and Australia future (Demasiada suerte. El boom
minero y el futuro de Australia), publicado apenas este mismo año que ya
fenece. Sus reflexiones son atingentes para el caso mexicano. Ese país como el
nuestro es líder en la producción de diversos minerales, pero existe una
sobreexplotación determinada por los ritmos de la demanda internacional
principalmente de hierro, gas y oro de países como China y la India. El autor se
pregunta si no es necesario tener prudencia, si las empresas privadas no
deberían tener un cierto freno y si el gobierno debiera imponerles otras reglas
de juego que redunden en el beneficio de las generaciones futuras. Cleary no
cuestiona la actividad minera como tal pero pide que se reflexione sobre el
ritmo y velocidad que se le ha imprimido a la explotación minera en Australia.
Incluso se llega a cuestionar si los proyectos en reservas aborígenes, en donde
se incluyen jugosos pagos por concepto de regalías, no están generando una
relación perversa al propiciar transformaciones violentas en la cultura de
estos pueblos y efectos negativos como el alto índice de alcoholismo que
padecen. En México tenemos que volver a discutir la ley minera que se modificó
en 1993. Si los recursos del subsuelo son de la nación, debemos tener como
prioridad el respeto de este precepto es su más clara y simple connotación. Si
el sector minero se perfila como la principal fuente captadora de divisas (hoy
ya es la tercera junto con el turismo), debemos recobrar la minería para los
mexicanos. Esto va más allá de un discurso nacionalista, sino de eliminar el
colonialismo interno que fundamenta el funcionamiento de los principales
oligopolios mineros de capital mexicano, los cuales detentan el 70% de la
inversión minera en el país. El otorgamiento de concesiones y la explotación
minera en México no sigue un plan estratégico de manejo de recursos, sino un
plan de negocios adaptado a las demandas del mercado global. Operar de esta
forma limitada impide operar bajo una estrategia de largo plazo que incluya
desarrollo social y manejo responsable de los recursos naturales. En la
política del sector minero no hay prioridades, todo se vale si hay una oferta
atractiva en términos de inversión. Y por lo tanto hay traslapes y
contradicciones con otros modelos de desarrollo que podrían resultar más
importantes desde el punto de vista cultural, ecológico e incluso en términos
económicos. Concretamente ¿para qué crear ANP en áreas donde después vamos a
permitir explotaciones mineras? En el caso de Wirikuta los argumentos y
connotaciones culturales deben ajustarse a nociones de exclusión o veda para el
labradío minero. Puesto que existe un potencial minero muy alto en todo el país
deberían excluirse áreas con un significativo valor cultural y simbólico. En
este caso la lucha en contra de la minera debe significar una oposición al
actual modelo de explotación mineral que por ley supone una prioridad de esta
actividad sobre cualquier otro tipo de actividad productiva en el país.
3.
Wixaritari, huicholeros y
ejidatarios del altiplano. Si queremos avanzar en nuestro movimiento en contra
de la minería en Wirikuta y otras partes del país y del mundo es importante que
superemos los estigmas y estereotipos sociales. Nada es tan homogéneo como lo
parece, las verdades, promesas y declaraciones son apropiados y usados
estratégicamente por los actores de acuerdo con el contexto para defender sus intereses.
Esta es la política compleja que determina la controversia en el conflicto
minero en Wirikuta. Busquemos las confluencias para lograr alianzas
perdurables. La marcha del pasado 27 de octubre demostró algo inédito en
México: una alianza pluricultural de la sociedad para defender un territorio
cuya mayor importancia radica en su carácter sagrado. No es cualquier área
natural protegida. Para los propios huicholes la marcha significó una alianza o
pacto entre comunidades que desde hace años caminan distanciadas. La idea de
nación wirrárica es una entelequia hasta que no se pruebe lo contrario.
Comunidad lingüística, rancherías dispersas, comunidades congregadas por la
labor evangélica o por la acción del indigenismo oficial, los caminos y el
comercio, la nación wixaritari se va
reconociendo es su avatar como pueblo en condiciones y con disposición para
dialogar e interactuar ¿con quién? Pues con todos nosotros. Huicholeros que
defendemos desde el eclecticismo e hibridez de nuestros saberes la raíz planta de un conocimiento que ha sido
celosamente cuidado, rezado y mostrado en sus minúsculas reverberaciones. Este
conocimiento es el mito y el ritual que se revela en Wirikuta tras largas
caminatas y noches alrededor del fuego. Cuando se dice que el sol nació en el
Quemado nosotros como los wixaritari interpretamos y entendemos el simbolismo
de la conexión que es pura intención en un mundo que debe nacer a cada
instante. Cada uno de los huicholeros que lo son a veces sin saberlo han
encendido su vela a su forma y de acuerdo con su propio sentido. Músicos,
académicos, amas de casa, obreros, vagabundos, hasta aquellos que negativamente
se les tacha de peyoteros o hippies, u otras cosas que en su momento fuimos o
seremos, al final nos proyectamos como poetas haciéndole muecas al capital trasnacional,
buscando una nierika para que el águila de este país continúe su vuelo.
Wixaritari y ejidatarios se conocen de tiempos muy antiguos, en algunos casos
han establecido alianzas de parentesco político son compadres que se ayudan
mutuamente se intercambian alimentos y curaciones. En otros casos la relación
ha estado definida por el desconocimiento, la desconfianza y el abuso. No
siempre han sido los peyoteros (turistas mestizos) quienes saquean las
ofrendas, a veces las cercas para los potreros se han impuesto como señal de
exclusión. Pero aún en todos los casos hay posibilidades de comunicación y
diálogo. Los ejidatarios son tan diversos como las formas de los mezquites,
difícil encasillarlos por su actividad productiva. Los de la sierra son más
apegados a la minería y por lo tanto menos a la tierra, fácilmente migran en
busca de otros distritos mineros. Los del bajío son más agricultores y su
sentido de pertenencia al hábitat es más fuerte. La intensa migración ha
debilitado la estrategia productiva, la organización en ambas zonas. Una
investigación que realizamos entre febrero y abril de 2011 nos llevó a constar
las dificultades de la cooperación y el trabajo colectivo. Un sector de
huicholeros conocido localmente como peyoteros está conformado por una gran
diversidad de avecindados mexicanos y extranjeros. Son artesanos, terapeutas,
restauranteros o ejercen diversos oficios. En algunas comunidades se han
integrado plenamente a la dinámica social de la comunidad, pero en otros a
pesar de que ya tienen muchos años viviendo ahí, son vistos con recelo y son
apartados de los asuntos políticos y sociales en general.
4.
Por lo tanto, como diríamos los
antropólogos, aquí en Wirikuta existe más heterogeneidad y complejidad social
de la que pueden imaginar los empresarios mineros, sus epígonos y los turistas
de un día. En la región se cocina desde hace varias décadas una nueva ruralidad
que se pauta en una combinación bastante curiosa de turismo religioso, turismo
de pueblo mágico y turismo mochilero. La región es pobre y marginada solo desde
un cierto punto de vista. Las actividades productivas tradicionales como la
ganadería extensiva no han sido muy benignas con el medio ambiente y la baja
densidad poblacional ha permitido en parte la regeneración de ecosistemas
degradados. El turismo ha sido pieza clave para mantener un cierto dinamismo
económico, incluso después del colapso ferrocarrilero que interrumpió el
intercambio de bienes (simbólicos y materiales) entre los poblados. Pero la
política oficial del turismo ha sido incapaz de crear un proyecto que articule
la región y sirva como motor de otras actividades productivas. Hoy
antagonizamos contra los monocultivos de tomate en grandes extensiones dentro
del área natural protegida por las afectaciones a la flora y fauna local, pero
yo estaría de acuerdo con modelos a baja escala que promuevan un uso moderado
del agua y que generen beneficios directos a las familias. Las dinámicas
actuales de ocupación del territorio están señalando una nueva concentración de
tierras en pocas manos. Como afirmo en mi tesis antes citada, los rancheros
ejidatarios del altiplano son los herederos de los antiguos nómadas del desierto
chihuahuense, su conocimiento, obviamente no se ha mantenido incólume a lo
largo de todos estos años, ha sufrido rupturas, perdidas y en algunos casos
solo se conservan fragmentos. Pero es un conocimiento híbrido, que se ha
alimentado de los conocimientos y las prácticas de los agricultores del
altiplano central los colonos tlaxcaltecas) y de la cultura pastoril original
de las mesetas ibéricas. ¿Cómo hacer confluir estos conocimientos y prácticas
productivas, incluida la minería, en beneficio del bienestar de la población
local, de la espiritualidad wixaritari y de la sociedad mexicana en general?
Este es el verdadero desafío. Por lo pronto hay que anular todas las
concesiones al interior de Wirikuta. Y esperemos si bajo estas bases First
Majestic continua interesada en negociar.
5.
Desarrollo sostenible. En Procesos de adaptación me referí al
desarrollo sustentable. En poco más de una década este concepto se agotó. Su
excesivo manoseo del que fuimos culpables académicos, funcionarios y sociedad
en general le restó validez como apuesta alternativa al desarrollo clásico.
Estoy de acuerdo con mi colega Leonardo Tyrtania que insiste en demostrar la
falacia del desarrollo sustentable, no hay mucho que hacer con la ley de la
entropía. Sin embargo creo que hay diferencias fundamentales que debemos
considerar cuando hablamos de las supuestas vocaciones productivas de las
regiones o los países, de la tecnología que hoy en día está disponible y de los
tiempos de producción y consumo que hoy caracterizan la globalización. Defiendo
el desarrollo sostenible mientras sea posible distanciarse de la lógica de
explotación de recursos que nos proponen las empresas trasnacionales
contemporáneas sean mineras o no. Partamos de la noción de que todos los
recursos naturales existentes en este planeta son finitos. Es decir para todos
ellos existen umbrales que una vez traspuestos no es posible retornar al punto
original. Las formas de explotación, esto se relaciona con la tecnología, determinan
la escala y la velocidad de su deterioro o exhaustivivad. En el semiárido la extracción de lechuguilla,
la minería, la ganadería o la producción de tomates en invernaderos son
actividades que pueden resultar fatales para el medio ambiente. El agotamiento
de los recursos hídricos o su contaminación por el vertido de sustancias
tóxicas puede hacer inviable la supervivencia de poblaciones humanas. El uso
excesivo de agua subterránea con altos contenidos de sal como la disponible en
el altiplano potosino puede salinizar y tornar infértiles las tierras como ya
sucedió con enormes extensiones tomateras en el valle de Arista, San Luis
Potosí. La ganadería ha empobrecido los pastos y el sobrepastoreo reducido la
biodiversidad original de los ecosistemas. El extractivismo de especies
vegetales como la lechuguilla para la obtención de ixtle y la fabricación de
cordelería y artículos diversos, además de resultar inviable como actividad
económica por su dependencia de los mercados internacionales, tampoco resulta
ideal para la salud bajo las formas tradicionales de producción. Pero todo ello
en su conjunto nos hablan de un perfil productivo diverso y sumamente
interesante que ya existe en el semiárido mexicano. Un potencial cuyas
prácticas y saberes se están perdiendo. Mi
propuesta que ahora esbozo en términos muy generales apunta hacia la
recuperación de estas prácticas y saberes y al necesario impulso que se debe
dar a proyectos alternativos que propicien la restauración de los ecosistemas y
la obtención de beneficios económicos. Desde mi punto de vista se debe discutir
nuevamente la política implícita en el manejo y administración de un área
natural protegida y sitio sagrado de Wirikuta. La base de un nuevo plan de
manejo y por lo tanto de una distinta estructura administrativa de esta ANP
debe ser capaz de articular los diversos saberes y prácticas (tradicionales y
nuevos) para acceder a usos menos intensivos sobre los recursos y más
redituables en términos económicos. Es posible pensar en ranchos cinegéticos,
en invernaderos comunitarios, en modelos de propagación y venta de cactáceas
exóticas, en la promoción de un verdadero ecoturismo y en la especialización en
la prestación de servicios desde una perspectiva regional. ¿Qué lugar cabe
desempeñar a cada uno de los actores sociales? ¿Cuáles son las estrategias para
obtener los recursos? ¿Cómo operar una estructura que opere en términos
intermunicipales? ¿Qué papel le tocaría jugar a las empresas mineras si es que
aún están dispuestas a negociar un plan que nos interesa plantear a largo
plazo? Si toda la reserva es sagrada está muy bien que defendamos no solo el
Cerro Quemado, si Wirikuta abarca 140 mil hectáreas busquemos impulsar los
proyectos de vida para hacer de ella el jardín del desierto que los huicholes
cantan, rezan y actualizan en sus mitos.
Wollongong,
Australia, 06 de Noviembre, 2011.
Mauricio: muy interesantes tus comentarios al respecto de Wiricuta y el proyecto minero, ahora entiendo y percibo de una mejor forma aquellas rondas de té en la Sierra de San Miguelito.
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